Resumen

Viena 1938: los nazis han invadido Austria y persiguen a los judíos.Optimista, Sigmund Freud todavía no quiere irse; pero en esta tarde de abril, la Gestapo se lleva a Anna, su hija, para interrogarla. Freud, desesperado, recibe entonces una visita extraña. Un hombre de frac, un dandy liviano y cínico, entra por la ventana y pronuncia discursos increíbles...¿ Quién es? ¿ Un loco? ¿ Un mago?¿ Un sueño de Freud? ¿ Una proyección de su inconsciente?O verdaderamente es aquel quien pretende ser: ¿ el mismísimo Dios?Como Freud, cada uno decidirá, en esa noche loca y grave, quien es el visitante...

Comentarios del autor

« Cuando acabé El Visitante »

Cuando acabé El Visitante, hice - como acostumbro- una lectura para mis allegados. Dos me dijeron que era magnífico, el tercero que no le había interesado en absoluto. Naturalmente, fue a este último a quien escuché y enterré el texto en la tumba del cajón sin ni siquiera una flor. Meses más tarde, la insistencia de los dos amigos, la curiosidad de un director, el entusiasmo de un productor acabaron por hacer llegar a El Visitante a escena.Se montó en agosto de 93 , sustituyendo a otra obra, deprisa y por casualidad, ya que el productor François Chantenay tenía que montar algo a toda costa en aquella sala que había alquilado. Todo el equipo creía en ella : Gérard Vergez dirigiendo con pasión a unos intérpretes exigentes y especiales, Maurice Garrel, Thierry Fortineau, Josiane Stoléru, quienes, en cada pausa, me reafirmaban su adhesión al texto, y su fe en un éxito sonado. Yo callaba, aparentemente por modestia, en realidad por prudencia cobarde : estaba convencido que todos ellos se equivocaban, que la obra sería un fracaso, y que en dos meses, cambiarían de acera para no tener que saludarme. El estreno de El Visitante, el 21 de septiembre de 1993, me dió la razón al principio. Sólo había dos espectadores de pago, mis padres, que habían insistido para comprar sus entradas. El agregado de prensa no había conseguido que se publicase nada de antemano ni que viniesen los críticos, ya que querían « cubrir » primero los espectáculos más esperados. Sólo quedaba una solución : invitar. Así llenamos, con dificultad al principio, la sala de espectadores gratuitos.Unos comentarios excelentes empezaron a correr de boca a oreja. La profesión teatral se entusiasmó con esta obra. Alertada por este creciente rumor, la prensa vino por fin y multiplicó sus fantásticas críticas. Finalmente apareció la televisión y me invitaron a los mejores programas. Al cabo de dos meses, el teatro se llenaba todas las noches, éramos « la » obra que había que ver, me proclamaron revelación del año, y tres premios Molière me coronaron. El éxito continúa, a través de teatros, producciones, intérpretes diferentes ; el libro tiene el récord de difusión de teatro contemporáneo ( más de 40.000 ejemplares vendidos) ; y la aventura, dicen, no ha hecho más que empezar.Fui el primer sorprendido. Y lo sigo siendo, auque haya acabado por unirme al grupo de los que adoran El Visitante. Escribí el texto rodeado de una gran soledad, siguiendo una necesidad interna, la creía tan íntima, tan privada, tan personal, que no la creía capaz de ser apreciada por otros que no fuesen amigos complacientes. ¿ Cómo creer en Dios hoy en día ? ¿ Cómo seguir creyendo en Dios en un mundo donde lo horrible compite con lo abominable, donde las bombas exterminan, donde persiste como nunca la discriminación racial, donde se inventan campos de reeducación o de exterminio ? En fin, ¿ Cómo créer en Dios al cabo de un siglo XX tan asesino, tan metódicamente asesino ? ¿ Cómo creer en Dios frente al mal ? Este problema tiene un nombre en filosofía : teodicea ( juzgar a Dios). Lo hacemos todos los días, ante un niño que sufre, ante un gran amor que nos es arrebatado por la enfermedad, ante el fanatismo de aquellos que matan en nombre de su Dios, ante la pantalla de televisión que nos aporta los gritos y el sufrimiento del mundo.Una noche me puse a llorar escuchando el telediario : las noticias no eran peores que cualquier otro día, era el pan nuestro de cada día de crímenes y de injusticias, pero esa noche, no me limité a entender y a grabar las informaciones, las sentía. Sangraba junto al mundo ; la violencia resonaba en mí como un tímpano. Estaba deprimido  por el hecho de ser un hombre. Me dije :  «¡ Qué  desanimado tiene que estar Dios mirando el telediario ! ». Me compadecía incluso de ese Dios cuya existencia me era incierta.Pensé además :  «  ¿ Si Dios se deprime, qué puede hacer ?¿  A quién puede recurrir ? ¿ A quién puede ir a ver ? ». Inmediatamente la imagen surgió ante mí : Dios en el diván de Freud. Y luego la imagen contraria : Freud en el diván de Dios. La excitación  intelectual secó rápidamente mis lágrimas. Dios y Freud tienen que tener muchas cosas que contarse ya que no están de acuerdo en nada.Y ese diálogo no tiene que ser fácil puesto que no creen el uno en el otro...La idea anidó en mí, vivió en mí varios años antes de deshacerme de ella escribiendo la obra.El éxito fue una lección de humildad. Lo que había creído, presuntuosamente, que no iba a interesar a nadie, le interesaba a todo el mundo. Mirando en lo más profundo de mí mismo, no me descubría a mí, sino al ser humano, al ser humano universal.La sinceridad es un humanismo. Dudar, cambiar de opinión, pasar de la esperanza al desánimo, no saber, no significa ser débil, significa ser humano. Me he dado cuenta que cada uno se encuentra en los meandros de El Visitante ; los Judíos ven una meditación hasídica, los cristianos una obra pascaliana sobre el Dios escondido, los ateos reconocen su grito de angustia. Eso significa también que todos escuchan posturas que no son las suyas. Quienquiera que seamos, presenciando la obra, nos enfrentamos al otro. Y es eso sobre todo lo que me importa.¿ Quién es el visitante ? ¿ Dios o un loco ? ¿ Un sueño de Freud ? ¿ La obra no es más que la meditación du un viejo ? Cada uno lo decidirá libremente.Mi respuesta no tiene más importancia que cualquier otra. Se detectará sin embargo en el texto si se está muy atento. La obra abona el terreno de la creencia y se para en el umbral. Traspasar ese umbral depende de la fe,  de la libertad. Y eso es algo que no se puede compartir.Si hiciese otra cosa que mostrar el umbral, El Visitante dejaría de ser una obra filosófica, se convertiría en una obra doctrinal- algo que aborrezco- y fracasaría en su pretensión de hacer pensar a la vez que sentir.En cuanto al amigo que me había desaconsejado publicar la obra que no le interesaba, sigue estando ahí, cerca de mí, aún más cerca ; alguna vez hemos hablado, riendo, de esa muerte que había deseado para El Visitante ; no se desdice, pero sé, por otras personas, que se sabe ahora todos los grandes parlamentos de memoria.  Granada, el 16 de enero de 2000Eric-Emmanuel-Schmitt

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  • En búlgaro, publicado por Lege Artis