De niño soñaba con ser cineasta, deseaba hacer más tarde películas de cine mudo en blanco y negro y entrecortadas, como esas bobinas de Chaplin o Keaton que proyectaba en el muro de mi habitación con el proyector familiar. Luego las palabras y las frases se cruzaron en mi camino, las recogí, las utilicé y la literatura se convirtió en mi manera de expresarme. Feliz de esta manera, había olvidado mis primeros deseos, me propusieron pasados los cuarenta coger una cámara para contar historias. No fue el adulto el que aceptó si no el niño de diez años quien, en mi interior, esperaba desde siempre su turno.
Eric-Emmanuel Schmitt